Siempre ser niña fue y es un asunto serio, aunque tenemos esta
cuestión de la “imaginación infantil” y porque los adultos olvidan que un día creceremos y creceremos con
memoria. A los ocho años los ojos están ávidos de mundo, la boca expulsa
palabras nuevas, la piel empieza a descubrir nuevas sensaciones que aún no
comprende y comienza –aún mucho antes- el miedo.
No es el miedo a cruzar mal la calle o caerte de la
bicicleta, es el miedo que compartimos con otras niñas y otras mujeres, que se
corresponde con el tironeo de mamá para que la pollera baje, y “que ni uses ese
short”. Desesperadamente las mujeres te
cuidan de los monstruos que habitan el afuera de la casa, vigilan.
A veces los monstruos están adentro y ahí no hay forma de
advertirlos, adoptan la forma de los seres queridos, aquellos que supuestamente
están para salvarte de los monstruos. Naturalizamos qué está bien lo que pasa,
aunque algo nos moleste, nos desagrade. Pero qué puede ser malo si viene de
quienes amamos. La inocencia convertida en un secreto, un laberinto lleno de
espejos horribles y sin salida.
Cuando al fin descubrimos lo abominable, la boca se
paraliza, la vergüenza inunda y si encima pensamos que con una sola palabra
podemos destruir el mundo mentiroso en que vivimos y en el creemos ser felices,
es una tragedia.
Por eso ser una niña es un asunto serio. El diccionario dice
que la tragedia conduce a la fatalidad, a un desenlace funesto. Y callamos
llevando nosotras solas la propia tragedia. La adulta en que un día nos
convertimos jamás puede eliminar del todo las marcas de esa tragedia. Pero déjennos
poder hablar por primera vez, tal vez 10, 20, 30 o 40 años después, no nos
censuren, no nos lleven a juicio, no nos cuelguen en el patíbulo popular.
Ser niña es un asunto serio y deberían entenderlo.
Lic. Viviana Caminos
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