¿Quién escucha a la
víctima?
Han pasado
7 años desde la sanción de la ley 26.364, modificada en el año 2012, justo
después de esa vergüenza tremenda que fue el fallo sobre el juicio por la
desaparición de Marita Verón. Uno de los
derechos de las víctimas es el “ser oída en todas las etapas del proceso”. Algo
que no pasó en Tucumán, solo el repudio masivo a tan indignante fallo hizo que
hoy ese dictamen se diese vuelta y Susana Trimarco pudiese expresar "A
Marita no la encontré, pero acá se hizo Justicia".
Luego de años de haber entrevistado a
víctimas de trata, de escuchar a través de cada una de ellas la voz la voz del
torturador, de observar las secuelas en
la esfera global de sus vidas y de la comprensión de la existencia, pude
comprender la naturaleza de este sufrimiento, que afecta el sentido y
significado que sostenía su existencia hasta ese momento trágico.
El relato de la víctima es el relato de lo
inenarrable, lo que jamás va a dar cuenta de lo realmente vivido. Es necesario
completar el relato con los elementos del contexto: la sordidez del ambiente,
las huellas en el cuerpo, la maquinaria de control (cerraduras, rejas, cámaras.
Mientras el testimonio recupera lo visto, lo escuchado, lo sentido, el contexto
narra el lenguaje mismo o, para decirlo con palabras de Roland Barthes, “el
susurro del lenguaje”
Si hay una víctima que más se asimila
a la víctima de trata es la víctima de terrorismo de Estado. En ambos casos, las
consecuencias implican que las víctimas se han perturbado de manera profunda en
aspectos significativos, como el haber
perdido la red de apoyo social, el no poder disfrutar de su tierra y de su
entorno afectivo, el tener que reconstruir un proyecto de vida, desde unas
condiciones de “perdida de la identidad”.
Es imposible pretender que el
testimonio de las víctimas, sin la comprensión de los efectos que el temor, el
trauma y la identificación con el torturador produce en sus relatos, se
convierta por sí solo en la principal prueba durante el proceso penal. Hablar de la víctima y sus límites es
hablar del miedo que produce el terror, que la vuelve dócil, obediente y
sumisa, al punto de no reconocerse como víctima. Su relato está lleno de
negaciones, de huecos que la imaginación completa, de lugares, días y horas de
improbable exactitud.
En los procesos por crímenes de lesa
humanidad se ha considerado a la víctima en contexto, tomado en cuenta tanto
las consecuencias que el trauma produce, como los indicios del crimen más allá
del estricto relato. Estos indicios son los “susurros del lenguaje” y es
responsabilidad del que investiga recolectar la mayor cantidad de indicios para
no hacer recaer sobre la víctima el peso de la prueba. Sin embargo, sigue siendo indispensable que
se escuche la voz de la víctima,
que no puede ser reemplazada por
nadie, porque hablar en nombre del" Otro’’ es robarle su palabra y su
silencio.
¿Qué es lo que escucha la justicia
entonces? Lamentablemente seguimos teniendo una justicia machista, clasista,
que cuando escucha a una víctima, escucha a una mujer, joven, pobre y puta, o
migrante y siempre vulnerable. Ante esta víctima la actitud sigue siendo de
descrédito y desconfianza. Se dicen “seguramente sabía lo que hacía”, “miente”,
“nadie la obligaba” “no parece muy inocente”.
Este año Claudia Ávila, una ex víctima
de trata, de violencia de género, con las secuelas del alcohol y las drogas,
sin poder romper definitivamente lazos con su ex pareja –su explotador y
verdugo- fue condenada a cadena perpetua, la cadena que nunca rompió y ahora la
vuelve a encerrar por muchísimos años. Otra vez la justicia no escuchó su
proclamación de inocencia, el constante acoso, agresiones y humillaciones que
padecía. Los escasos episodios en que se defendió la clasificaron de violenta,
ninguno de sus testigos a favor pudo acceder al estrado y dar su versión. Sin
pruebas contundentes, solo con interpretaciones se la juzgó y condenó. Estaba
sola cuando recibió el veredicto, como lo estuvo siempre. Que ejercía la
prostitución, que no tenía domicilio fijo y lo que debió –en todo caso ser un
atenuante- la violencia que padecía, actuó para el tribunal como agravante por
el vínculo.
Pasaron muchos años desde la Ley, se
prometió cambiar la mirada hacia las víctimas y sin embargo estamos como al
principio. Quienes trabajamos en defensa de las víctimas, ya sea miembros/as de
organizaciones sociales, gubernamentales, investigadores, debemos generar el
compromiso de velar en el cumplimiento de estos derechos reconocidos y aportar
al conocimiento teórico de la víctima.
Lic. Viviana Caminos
Presidenta Red Alto al Tráfico y la
Trata